domingo, julio 22, 2007

EL mar de la tranquilidad

Abrí un ojo por la insistencia del frío. Me topé con una pupila dilatada y una esclerótica enrojecida. Una palabra comenzó a tratar de salirseme por entre los dientes amarillos, por entre los labios reventados. Levanté el cuerpo, miré a mis pies y encontré mi mirada.
Corrí hacía el horizonte, pero el reflejo me seguía a la misma velocidad atado de cabeza a mis plantas. La palabra seguía creptando por la lengua, quería vomitarse en el aire. Las arcadas hicieron que perdiera el equilibrio de esa carrera vertiginosa; caí con un estruendo estridente en la superficie del espejo,el espacio vibró, el reflejo me lanzó una mirada y se destruyó en piezas agudas y cantarinas. Sentí ceder mi peso hacía el vacio, caí con las manos cubriendome la boca, con el reflejo desmembrado hiriendome la piel con lineas de hielo purpura.
La voz en mi pecho vibraba al ritmo de todas mis yo en el vacío, nos desvanecíamos irremediablemente en la penumbra, hasta que los fragmentos llorosos se hicieron líquidos, con quejas espantosas; la oscuridad se tornó espesa y caliente, la caída se adormeció, el hormigueo de mi cuerpo se distendió.
La palabra, entonces, quiso salir como una gota temblorosa. La sustancia abismal había adquirido tal densidad; que cuando por fin logro salir volando el sonido, estalló en plumas ennegrecidas.

Nadie pudo escuchar su grito.

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